Martín Luther King
"Tengo un sueño"
DISCURSO EN WASHINGTON, D.C.
Estoy orgulloso de reunirme con
ustedes hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la
libertad en la historia de nuestro país.
Hace cien años, un gran
estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la
emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y
de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una
marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga
noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien
años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de
la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro
vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad
material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la
sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.
Por eso, hoy hemos venido aquí a
dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la
capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra
república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la
Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría
de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les
serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad.
También hemos venido a este lugar
sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del
ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar
tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las
promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado
valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es
el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios.
Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la
injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.
Sería fatal para la nación pasar
por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los
negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no
pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
Hay quienes preguntan a los
partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"
Nunca podremos quedar satisfechos
mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los
moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar
satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño
a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de
Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué
votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la
justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".
Sé que algunos de ustedes han
venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado
recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde
en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la
persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes
son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la
convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.
Hoy les digo a ustedes, amigos
míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un
sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".
Sueño que un día esta nación se
levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que
estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".
Sueño que un día, en las rojas
colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los
antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
Sueño que un día, incluso el
estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de
la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que mis cuatro hijos
vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel,
sino por los rasgos de su personalidad.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que un día, el estado de
Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y
anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas
negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar
unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy tengo un sueño!
Sueño que algún día los valles
serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados
serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será
revelada, y se unirá todo el género humano.
Ese será el día cuando todos los
hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es
tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis
antesecores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la
montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande,
esto tendrá que hacerse realidad.
Por eso, ¡que repique la libertad
desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Qué repique la
libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Qué repique la libertad
desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Qué repique la libertad
desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad
desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ¡Que repique la
libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde
la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña
colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la montaña, que repique la
libertad".
Cuando repique la libertad y la
dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada
ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios,
negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir
sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro:
"¡Libres al
fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"
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